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¿Cuándo el euro será un gran éxito económico?


El euro ha cumplido veinte años este pasado 1 de enero. Veinte años desde que la peseta y las monedas de otros 10 países dejaron de ser independientes. Veinte años desde que renunciamos a tener una política monetaria autónoma. Veinte años sin poder fabricar billetes y sin poder cambiar los tipos de interés a nuestra conveniencia. Como dice el tango de Gardel: “Sentiiiir, que es un soplo la vida, que VEINTE AÑOS no es nada, …”. ¡Qué bonito!

Yo siempre he sido un “euro-super-convencido”. El trabajo de Robert Mundell, el padre del euro, sobre las zonas monetarias óptimas me pareció y me sigue pareciendo irrebatible, y la idea del euro fue valiente, inteligente y bien argumentada. El euro, sobre el papel, ofrecía un “mundo” de ventajas y facilidades. Era como lo del “esperanto” y el escenario de hablar todos un mismo idioma. Dos planteamientos que, al menos a nivel teórico, dibujaban decisiones incuestionables.

En 1999, el Sr. Mundell recibió el premio Nobel de Economía por sus trabajos sobre zonas monetarias óptimas y sus investigaciones relacionadas con los criterios en que una moneda única contribuía más al crecimiento económico, al incremento del bienestar y a la estabilidad política. Y el año, en que el Sr. Mundell recibió el Premio Nobel, arrancó su propuesta más ambiciosa: el euro.

El euro había iniciado su concepción en marzo de 1970 en la Conferencia sobre Zonas Monetarias Óptimas celebrada en Madrid. En España somos “muy” de catalogar todo como un éxito o como un drama. Así que el euro nació con ese defecto de “concepción” de tener que ser un éxito o un drama.

Si se leen las investigaciones de Mundell y otros economistas sobre Zonas Monetarias Óptimas se concluye que las integraciones son positivas en función de ciertos criterios de convergencia. Si no se cumple una cierta homogeneidad, una moneda única puede generar efectos negativos.

Es decir, una misma moneda para Alemania y Austria puede ser una decisión óptima, y esa misma moneda para Alemania y Grecia puede no funcionar tan bien. Incluso ser negativa para ambos países o para alguno de ellos. Cuando se habla del euro, las argumentaciones son a todo o a nada. O se defiende que es una decisión óptima para los 19 países o se defiende que es una mala decisión para cualquier grupo de países. Supongo que mantiene ese gen español por la concepción que condena al euro permanentemente a ser un éxito o un drama. Sin medias tintas.

Mi “euro-entusiasmo” empezó a decaer un poco en abril de 2002. Estaba cenando en “El Viejo Almacén de Buenos Aires” con dos amigos. Cuatro meses antes, el Presidente Rodríguez Saá había anunciado la cesación de pagos y la derogación de la Ley de Convertibilidad. La base teórica de la Ley de Convertibilidad argentina (tipos fijos y renuncia a la política monetaria) se asemeja bastante a la base teórica del euro. Por supuesto que hay muchas diferencias.

En cuatro meses el peso se devaluó a una cuarta parte de su valor. En cuatro meses, Buenos Aires había pasado de ser el doble de caro que Madrid a ser la mitad. Argentina era un drama.

Esa noche, uno de mis amigos dijo: “Nuestro problema no es de los políticos como nos gusta creer. Nuestro problema es que nos gustó creer que éramos ricos y que podíamos contratar a los gallegos y mandar a nuestros hijos a estudiar a Harvard”. Cuando decía “gallegos” se refería a los españoles. Contrataban proyectos de desarrollo de software a empresas españolas porque era más barato contratar a un ingeniero español con experiencia que contratar a ingenieros argentinos recién licenciados. La contratación de foráneos fue una de las causas principales por las que se disparó el paro y se arruinó el país.

El incremento de los costes laborales debido a la dolarización había deteriorado tanto la competitividad argentina que ni los recursos cualificados encontraban trabajo. Y la soberbia o la arrogancia humana hizo el resto. ¿A quién no le gusta que le digan que se “merece” estar entre la élite mejor pagada del mundo?. ¿Quién tiene la “humildad” suficiente para ponerse un sueldo acorde con su productividad y rendimiento?.

Lo que mi amigo argumentaba es que, más allá de la teoría, hay una gran componente humana en toda decisión de política monetaria, y esa componente humana tienen que ver con la disciplina de los políticos para no “venirse arriba” y con la sensatez de los agentes sociales para mantener un mercado competitivo. Y en Argentina, políticos y población, no habían sido capaces de interpretarlo. ¿Estaríamos los europeos a la altura?

En aquel momento sonaba el tango de Gardel y el cantante lo terminó: “Viviiir con el alma aferrada a un dulce DÓLAR que NOOO volverá”. Había cambiado la letra, sustituyendo la palabra “recuerdo” por la palabra “dólar”. Toda la sala rio. Me encanta esa capacidad argentina de convertir cada drama en un chiste y cada chiste en un drama. Les envidio.

Un año antes de mi cena en “El Viejo Almacén de Buenos Aires”, tuvo lugar una de las discusiones más interesantes sobre política económica de la historia. Una discusión sobre uniones de monedas y tipos de cambio. Una discusión entre dos genios. El genio que pensó el euro (Robert Mundell) y el genio que se mostró escéptico (Milton Friedman, Premio Nobel de Economía en 1976). Lo más interesante del debate es que fue casi en el momento del “parto” de la moneda (mayo de 2001) y fue, por tanto, un ejercicio teórico y, por ende, “bastante” objetivo. No había datos de desempeño.

El argumento principal de Mundell era irrebatible: “Los países con un sistema monetario unificado comercian mucho más entre sí y son capaces de explotar las ganancias del comercio y, por lo tanto, tienen un nivel de vida más alto”.

Friedman consideraba que las ventajas que comentaba Mundell solo se producirían si había integración política. Mundell pensaba que el éxito de la unión monetaria conduciría a la unión política y que el euro sería el catalizador de esa mayor integración política.

En el debate hubo tres cosas en las que los dos coincidieron. La primera era que el euro no tenía un precedente histórico. La segunda fue que si se consiguiera la unión monetaria y política automáticamente sería la mejor decisión y un gran éxito. Y la tercera es que si el euro se convertía en un éxito económico, entonces se avanzaría en la unión política. En otras palabras, existía una fuerte correlación entre el éxito económico y la unión política. Y principalmente diferían en qué debía ser primero si el huevo o la gallina. Si era antes la unión política (Friedman) o antes la unión monetaria (Mundell).

Allan Meltzer, uno de los economistas que más ha investigado el tema de la política monetaria y su relación con la competitividad, consideraba en 2014 que el gran problema del euro había sido el coste de la producción, lo que limitaba la competitividad. El economista, que escribió uno de los tratados más voluminosos sobre la Reserva Federal (1500 páginas), consideraba que los costes laborales en España e Italia habían crecido un 30% más que en Alemania, por lo que España y Francia habían perdido un 30% de competitividad respecto a Alemania. O Alemania había incrementado mucho su competitividad a nivel mundial o España e Italia la habían decrementado. Seguramente las dos cosas. El mismo problema que tuvo la Argentina dolarizada pero en mucha menor escala. Afortunadamente, Dios aprieta pero no ahoga.

Las opiniones, aunque sean de reputados economistas y Premios Nobeles, no son más que eso, simples opiniones. La mejor manera de comprobar el éxito del euro es analizar los resultados. Y la forma más fácil es buscando países similares que hayan seguido diferentes caminos. No existen tres países similares igual que no existen tres enfermos idénticos. Pero el camino es tan largo (20 años) que si solo nos fijamos en cómo ha sido la evolución podamos extraer conclusiones.

Los tres países más similares con diferentes estrategias sean seguramente los países nórdicos. Finlandia decidió entrar en el euro, Suecia entró en la UE pero no en el euro, y Noruega se quedo fuera de la UE y del euro.

Mundell predijo un mayor crecimiento económico y un nivel de vida más alto para los países que entraran en el euro. El PIB per cápita de Finlandia (el país euro) ha crecido entre 1999 y 2017 un 65% hasta los 40.600€. En Suecia (el país UE no euro), el crecimiento ha sido de un 65% hasta los 47.300€. Y en Noruega (el país que mantenía su “moneducha”, como la llamó Mundell), el crecimiento ha sido del 97% hasta los 67.100€. Uno de los “países que iba a quedar descolgado, según Mundell” vive mucho mejor que sus vecinos y cada año un poquito mejor.

Milton Friedman vaticinó que los países euro iban a tener problemas de deuda, como consecuencia de la falta de una política monetaria efectiva y de unos tipos más bajos de los que les corresponderían. La deuda ha pasado, en estos años, en Finlandia (país euro), del 44% al 61%. En Suecia (país UE no euro), ha disminuido del 61% al 41%. Y en Noruega ha crecido del 24% al 37%. Si el nivel peligroso empieza en el 60%, según el criterio de convergencia euro, el único que se debe preocupar es el país euro, tal y como predijo Friedman.

La fuerza de una moneda está relacionada con el tamaño de la economía (PIB) que representa. Las dos economías por tamaño más similares a España en 1999, eran Canadá y Australia. O sea las dos monedas más similares a la peseta en 1999 eran el dólar canadiense y el dólar australiano. Más similares. Por supuesto que había grandes diferencias.

España ha crecido en estos años un 70% en PIB per cápita y la deuda ha crecido del 61% al 98%. Canadá ha crecido un 91% y su deuda del 89% al 91%. Y Australia ha crecido un 120% y su deuda ha bajado del 41% al 23%. Íbamos camino de adelantar a Canadá en el ranking mundial por PIB nominal (634kM€ vs 594kM€) y se nos han ido (1.459kM€ vs 1.166kM€). Y sacábamos varios cuerpos a Australia (272kM€ vs 594km€) y están a punto de pasarnos (1.150kM€ vs 1.166kM€).

Paul Krugman, Premio Nobel de Economía en 2008 por sus investigaciones sobre el comercio en un mundo globalizado, piensa que “la Europa del euro siempre será frágil mientras no exista una cierta unión política. Pero Europa, en lo fundamental, no está en declive. Es un continente productivo e innovador. Solo se ha equivocado en su gobernanza y en las instituciones con las que controla su economía. Se puede arreglar por completo”.

Sigo siendo un “euro-convencido”. Y sigo estando de acuerdo con Mundell, con Friedman y con Krugman en tres cosas. La primera es que el euro no tiene un precedente histórico. La segunda es que si consiguiéramos la unión monetaria y política sería una decisión histórica y un camino al éxito. Y la tercera es que el euro será un mayor éxito económico a medida que se avance en una mayor unión política. Es decir, a medida que tengamos una Deuda Pública única o una política fiscal única o una Hacienda única o una Seguridad Social única o una Sanidad única o un Sistema Educativo único.

Pero, avanzar en una mayor unión política, ¿es posible?. ¿Se puede avanzar de forma gradual? o ¿es un todo o nada?. ¿Avanzaremos más en la unión política en los próximos 20 años que en los pasados 20 años?. Si no se va a avanzar en la unión política, ¿no sería más adecuado cambiar el modelo?. O ¿más vale pájaro en mano que ciento volando?.

Si en algún momento pierden la paciencia, acuérdense de Gardel: “Volveeer con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien”. ¡Felices sueños!



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