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Y ¿por qué no hablamos todos el mismo idioma? La aversión al cambio


En un programa de entrevistas se recogía la opinión de varios niños al hacerles una pregunta para ver su entendimiento inocente. Una niña respondió a una pregunta con otra pregunta: “Y, ¿por qué no hablamos todos el mismo idioma?”. El presentador lo resolvió rápidamente con un: “Lo entenderás cuando seas mayor”. Yo pensé: “pues yo no lo entiendo, eso significa que no soy tan mayor, ja, ja, ja”. Con la tontería le seguí dando vueltas a la pregunta: “Y ¿por qué no hablamos todos el mismo idioma?”.

La verdad es que si nos ponemos a “deconstruir”, como hemos visto en “Cómo deconstruir el fútbol”, el proceso de la comunicación en el mundo, seguramente la hipótesis de que toda la humanidad hablásemos el mismo idioma sería una hipótesis a tener muy en cuenta. Por supuesto que deberíamos refrendarlo con experimentos y comparaciones con otras soluciones o hipótesis pero así a priori parece una solución muy sólida.

Si analizamos datos reales o experimentales sobre la influencia del idioma en las relaciones humanas, el resultado deja pocas dudas. En el comercio y la economía, los mayores flujos de importaciones y exportaciones son entre países que hablan el mismo idioma. En educación, la dificultad de enseñar alguna materia utilizando un idioma distinto del idioma nativo del alumno crece de manera exponencial cuanto menor es el dominio del idioma del profesor por parte del alumno. Y en psicología, hay diversos estudios donde se ve que se tarda menos tiempo en conseguir “confianza” con personas que hablan tu mismo idioma, y que nos genera más “miedo” una persona si nos habla en un idioma que no entendemos que si nos habla en nuestro idioma. Es decir, parece a priori que las negociaciones y las resoluciones de conflictos serían más sencillas si todos hablásemos el mismo idioma, es decir, cuando es más fácil conseguir climas de más confianza y de menos miedo.

Una vez pasado un primer filtro de razonabilidad, deberíamos realizar experimentos para validar cuánto mejora el comercio entre dos regiones si una de las regiones aprende el idioma de la otra, experimentos para analizar cuánto mejora la resolución de conflictos cuando los contendientes hablan un idioma común y experimentos para analizar cómo influiría en la mejora de la educación de una región subdesarrollada la enseñanza a toda la población del idioma inglés para que tuviesen acceso a material y profesores de todo el mundo.

Imaginemos que dichos experimentos refrendan de forma clara las hipótesis y nos dan certeza de forma casi concluyente que si imponemos el inglés como único idioma en el mundo, el crecimiento económico va a ser el doble del previsto durante los próximos 20 años, se van a reducir los conflictos en el mundo a la mitad y gracias a la mejora de la educación la mortalidad infantil por hambre se va a reducir a la mitad.

Además se hacen más experimentos que validan las tesis de las academias de idiomas que con una inmersión total en dos años todo el mundo podría alcanzar una competencia avanzada (nivel C1 o superior) en inglés.

Imaginemos que los resultados fueran tan concluyentes y el plan tan asumible que el Presidente del Mundo, si lo hubiera, decidiera ponerlo en marcha: a partir del 1 de enero todo el mundo debe hablar en inglés y se prohíben el resto de lenguas. ¿Les ha subido un escalofrío desde los dedos de los pies hasta la cabeza?. Ese escalofrío es la “aversión al cambio”, y crece con la edad (cuanto mayores somos, más aversión) y con el tiempo que suponemos nos va a costar adaptarnos. Si tenemos un nivel avanzado de inglés, el tiempo de adaptación es muy bajo y la aversión al cambio es menor. Cuanto más mayores somos y menos nivel de inglés tenemos, el escalofrío es mayor.

Incluso aunque el nivel alto de inglés sea alto, la imposición de que se elimine el español, genera un escalofrío de aversión al cambio. Y pasan por la cabeza todas las competencias que perderíamos al no poder expresarnos en español, que es el idioma en el que pensamos, soñamos y vivimos. Por mucho que nos explicasen que en dos o cinco años vamos a adquirir el mismo nivel de competencias, no nos lo creeríamos. Nos agobiaría pensar que puede ocurrir si no somos capaces de expresarnos en inglés con la misma precisión, fluidez y humor con la que lo hacemos en castellano.

Yo, al menos, si ese hipotético Presidente del Mundo me contratase para darle ideas e hipótesis de cómo mejorar la comunicación en el mundo, le diría mil cosas menos imponer un idioma único, aunque estuviese seguro que es la mejor solución. Y si alguien le chivara la solución y me contratase para hacer los experimentos, intentaría boicotearlos. Haría lo posible para que nadie tuviera argumentos para que el Presidente implantara el inglés como único idioma. La oposición y el boicoteo son las reacciones naturales en situaciones de aversión al cambio. Cuanta más aversión, más oposición y más boicoteo.

Queridos lectores, cuando trabajen en sus organizaciones o empresas para hacerlas “más” competitivas recuerden que es “prácticamente” imposible que una persona interna imagine o plantee “un idioma único” o cualquier otra idea disruptiva como solución para ganar competitividad, y que si contrata a alguien externo para que le diga que lo que tiene que hacer es poner “un único idioma” o cualquier otra solución disruptiva, tiene que estar preparado para enfrentarse y domar una fuerza, que solo “se entiende bien cuando uno se hace mayor” como decía el presentador; una fuerza que mueve montañas. Es necesario conocer muy bien la organización y el nivel de aversión al cambio que tiene, para poder decidir el nivel máximo de disrupción que se puede introducir y el ritmo al que se debe introducir. Si nos pasamos con el nivel de disrupción para el que está preparada nuestra organización, en lugar de ganar competitividad crearemos un guerra interna.

Por eso, no debemos preocuparnos porque nadie quiera imponer el inglés, al menos, en España. Aunque sea la mejor solución del mundo, el nivel de disrupción es mucho más alto que el nivel de aversión al cambio que toleramos los españoles. El nivel de oposición y boicoteo sería mayoritario, y la solución lógica y refrendada con experimentos como la mejor, fracasaría. La “deconstrucción” para ganar competitividad debe gestionar la aversión al riesgo de la organización .¡Felices sueños!

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