En 1984, Marciano, uno de mis profesores “favoritos”, decidió, ante la falta de entusiasmo de la clase en el análisis sintáctico de oraciones compuestas, hacer una clase participativa fuera del temario. Borró la pizarra y escribió: “¿Cuántas PESETAS vale una palabra?”. Todos, hasta los que estaban durmiendo la siesta, abrimos los ojos y nos incorporamos en la silla.
“¿Cómo podemos hacer un experimento entre nosotros y fijar un valor en PESETAS para una palabra o para una oración?”. Creo que Marciano enfatizaba la palabra “PESETAS” porque era consciente de que las palabras, las oraciones y la sintaxis no nos entusiasmaban pero que las PESETAS (más si tenían forma de billete) captaban la atención de tod@s, independientemente del sexo, religión o clase social.
Nos planteó el siguiente experimento: “Cuando vamos a un restaurante, al pagar la cuenta solemos dejar una propina. La propina es una forma de agradecer el servicio y contentar a los camareros para que la próxima vez nos traten igual de bien o mejor. Vamos a considerar dos familias que van al mismo restaurante y piden la misma comanda. Al finalizar la comida, una familia NO deja propina y NO da las gracias, y la segunda familia NO deja propina pero da las gracias.”
“Todo estaba riquísimo. Transmitan nuestro agradecimiento al cocinero y muchas gracias por el servicio”. ¿A quién no le agrada un dulce?.
Marciano lanzó la siguiente pregunta: “¿A qué familia dispensaran un mejor trato en su siguiente visita?”. Todos coincidimos en que a la familia que había dado las gracias. Resultado de la votación: cero a treinta y cuatro. Fue incrementando la propina que dejaba la primera familia de peseta en peseta, y con cada incremento proponía una nueva votación. Cuando llegó a doce PESETAS contra un sincero agradecimiento, la votación se igualó: diecisiete votos contra diecisiete votos.
Marciano dio por finalizado el experimento: “Podemos concluir que el dar las gracias tiene una repercusión similar a doce PESETAS, por lo que podemos considerar que el valor económico de un agradecimiento en un restaurante es de doce PESETAS”. Preguntó en un tono muy pausado: “Si les dieran doce PESETAS cada vez que dicen gracias, ¿cuántas veces darían las gracias en un día?”. Y dio por terminada la clase.
Si alguien nos hubiese dado doce PESETAS por cada “gracias”, todos nos levantaríamos una hora antes para empezar a decir gracias y no pararíamos hasta bien entrada la noche.
En la siguiente clase, cuando quedaban unos diez minutos para que terminase, volvió a borrar la pizarra y escribió: “¿Cuántas veces han dado las gracias en el día de hoy?”. Se escuchó una voz al fondo: “Ninguna porque no he encontrado al pardillo que me pague doce PESETAS”. Risas.
Después de una pausa prolongada para que cesaran las risas, Marciano continuó: “O sea que, además de conocer el valor equivalente en PESETAS, necesitamos ver las PESETAS.”. Nos planteó otro experimento: “En la última evaluación de Matemáticas, han aprobado solo cinco personas de esta clase. No vamos a buscar culpables. Simplemente, vamos a poner de manifiesto que hay una situación de círculo vicioso. Ustedes o algunos de ustedes se mofan del profesor, el cual, cada vez, tiene menos interés en enseñarles, les pone exámenes más difíciles y el resultado es un incremento en el número de suspensos”. Y preguntó: “¿Creen que si le agradecieran las cosas que hace bien podríamos revertir el circulo vicioso a uno virtuoso?”. Se escuchó una voz al fondo: “Es que no hace nada bien”. Marciano replicó: “Todo el mundo hace algo bien. Solo tenemos que saber buscar. Y cuando agregamos “algo” de gratitud, el número de cosas que hacemos bien suele crecer exponencialmente”. Marciano nos animó a que agradeciésemos a nuestro profesor su trabajo de manera individual.
Dar las gracias al profesor de matemáticas fue una experiencia casi traumática. El “homo sapiens” fue concebido para criticar, no para dar las gracias. En la reunión, agradecí al profesor dos o tres cosas que hacía bien. Todo verdad. Y, sin embargo, la sensación al terminar era como de vergüenza: “¡Por favor, que nadie se entere que he ido a hacer la pelota al profesor!”. No sé cuántos fuimos a darle las gracias pero ninguno de mis compañeros comentó nunca el tema. Era como un tema tabú.
Por arte de magia, el circulo vicioso se transformó en virtuoso. No hubo más mofas, las clases eran mejores y aprobamos 24 personas. ¿Cuánto valen 19 aprobados?.
Marciano murió hace unos años. Ayer soñé que borraba la pizarra y escribía: “¿Cuántos muertos, parados y euros nos podemos ahorrar con un agradecimiento?”. Después de una pausa continuó: “Nuestros políticos y nuestro querido Presidente de Gobierno toman decisiones que influyen en la crisis actual. Llevamos más de 10.000 muertos, más de 100.000 parados y más de 10.000.000.000€ de impacto económico, y esto no ha terminado. ¿Cuál es el poder de influencia de nuestra clase política en la crisis?. ¿Un 10%?. Es decir, que si toman malas decisiones, el deterioro va a ser un 10% mayor que si toman buenas decisiones.”
Después de unos segundos, Marciano preguntó: “Si, en lugar de mofarnos de Pedro Sánchez y de todo sus ministros, les diéramos las gracias para que tomasen mejores decisiones, ¿cuántos muertos, parados y euros nos ahorraríamos?”. Resultaba curioso escuchar a Marciano pronunciar la palabra “euro”.
En ese momento, sonó el despertador.
¡Felices sueños!
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