En 1984, Marciano, uno de mis profesores “favoritos”, decidió, ante la falta de entusiasmo de la clase en el análisis sintáctico de oraciones compuestas, hacer una clase participativa fuera del temario. Borró la pizarra y escribió: “¿Cuántas PESETAS vale una palabra?”. Todos, hasta los que estaban durmiendo la siesta, abrimos los ojos y nos incorporamos en la silla. “¿Cómo podemos hacer un experimento entre nosotros y fijar un valor en PESETAS para una palabra o para una oración?”. Creo que Marciano enfatizaba la palabra “PESETAS” porque era consciente de que las palabras, las oraciones y la sintaxis no nos entusiasmaban pero que las PESETAS (más si tenían forma de billete) captaban la atención de tod@s, independientemente del sexo, religión o clase social. Nos planteó el siguiente experimento: “Cuando vamos a un restaurante, al pagar la cuenta solemos dejar una propina. La propina es una forma de agradecer el servicio y contentar a los camareros para que la próxima vez no...