Según la RAE, la filosofía (en su quinta acepción) es la fortaleza
o serenidad de ánimo para soportar las vicisitudes de la vida. Y, también según
la RAE, la filosofía moral trata de la bondad o malicia de las acciones
humanas. Quizás la filosofía no es la ciencia de los valores pero de todas las
ciencias es la que más se ocupa de los valores.
Este año celebramos el quinto centenario del inicio de una
de las mayores gestas de la humanidad: la primera vuelta al mundo. En la web
del “V Centenario” podemos leer: “El mundo no volvió a ser el mismo después de
esta expedición. Doscientos treinta y nueve hombres y cinco naos partieron de
Sevilla en 1519 en busca de una ruta por el oeste hacia la Especiería. Tres
años después, regresaron dieciocho hombres y una nao, después de haber dado la
vuelta al mundo”. La gesta confirmó la proyección copernicana de la esfericidad
de la tierra, y dio inicio, entre otras muchas cosas, al comercio internacional
y a la globalización.
Mi primera incursión “de verdad” en la filosofía de los
valores me sucedió en plena adolescencia y mi primera “Maestra” (el término “maestra”
es más romántico que “profesora”) fue mi abuela. Mi abuela, cuando le
preguntabas algo metafísico como “¿por qué tengo que ser bueno?” o algo más
directo como “¿por qué no puedo coger esto (referido a algo que es de otro)?”,
contestaba, de manera amable: “Porque lo dice el Señor”. Siempre intuí que había
en esa respuesta mucha más “miga” de la que parecía a simple vista.
Educar en valores me parece tremendamente complicado. Primero,
porque existen muchas interpretaciones de lo que son los valores y segundo,
porque es difícil demostrar que vivir, trabajar o liderar con valores aporte
alguna ventaja para tener mas éxito. Y ya sabemos que explicar a un niño que
debe comportarse de una manera cuando no le aporta nada “palpable” es muy difícil
. Y todo lo que es difícil de explicar a un niño también es difícil de entender
por un adulto, y no solemos comportarnos de una manera que no “entendemos” perfectamente
y que no nos aporta un beneficio plausible.
Una de las aportaciones más interesantes que he escuchado en
“Educación en valores”, la escuché en una charla sobre “Baloncesto y Valores”. La
reflexión era que las capacidades y aptitudes de un grupo terrorista y de sus integrantes
no deberían ser valores, ni virtudes. Eso significa que el esfuerzo, el
sacrificio, la tenacidad, la obediencia, la orientación al logro, el trabajo en
equipo o cualquiera de las otras aptitudes o capacidades que tienen los
miembros de un grupo terrorista no pueden ser valores o virtudes porque
permiten hacer tanto el bien como el mal. Es una reflexión tan lógica como trágica.
Y, entonces, ¿cómo identificar las virtudes o valores que nos orientan a hacer
el bien?.
Uno de los autores que más ha investigado la primera vuelta
al mundo, el argentino Gabriel Sánchez Sorondo explica, en su libro “Magallanes y Elcano, travesía al fin del mundo”, cómo el rey portugués Manuel I “El
Afortunado” despreció a Magallanes. Le “ninguneó” como navegante, le humilló con
una ridícula pensión como marino lisiado y le liberó de la nacionalidad
portuguesa con una tremenda soberbia: “Estou tremendamente feliz em
conceder-lhe esse capricho”.
A Magallanes, más que el ansia de aventuras y
descubrimientos, le movía la ofensa recibida y la revancha personal. En
palabras de Sánchez Sorondo: “Su satisfacción más íntima, su motivación más
visceral, fue el desquite”. La “noble” causa que le impulsó a la gran gesta, lo
que le animó a no desistir, ni darse por vencido fue la “ira” y la “venganza”.
Mi primera incursión en la filosofía empezó con una paliza.
Me pegaron algunos puñetazos por defender una causa que consideraba justa. Mi
abuela me curó las heridas. Las heridas no fueron por los puñetazos sino porque
me caí al intentar huir para que no me pegaran más.
Mientras me limpiaba con el agua oxigenada, gritaba (para no
llorar) que al día siguiente iba a matar a Carlitos (el que me había dado los
puñetazos). Mi abuela no dijo ni una sola palabra a pesar de que “despotriqué”
de todo y de todos. ¡Qué cómodo es vilipendiar y machacar a alguien que no está
presente!
Volviendo a los valores en la acepción de virtudes que nos conducen
hacia el Bien y que nos diferencian de los terroristas, es muy difícil
encontrar una lista “consensuada”. Si tuviéramos que definir una lista a modo
de las 7 Virtudes Capitales podría ser: comprensión, diligencia, generosidad, humildad,
moderación, tolerancia y honestidad. El resumen de cualquier lista que definiéramos
sería “respeto por los demás y pensar primero en los derechos de los demás
antes que en los propios”. Más fácil de escribir que de cumplir J.
Alguien dirá que el que culminó la gran gesta de la vuelta al
mundo no fue Magallanes sino Juan Sebastián Elcano. Quizás a él sí que le movían
nobles y generosas intenciones y se rigió por valores honestos. El marino de
Guetaria tenía problemas con la justicia. Había vendido su barco a unos italianos
para liquidar la garantía de un crédito en una época en la que la ley prohibía vender
barcos a extranjeros. ¿Qué preferís un viaje al fin del mundo o una cárcel con
las comodidades del siglo XVI?. Además no hubiera dado la vuelta al mundo si
hubiera respetado las leyes y las directrices de su rey: el Tratado de
Tordesillas.
Nadie dice que los valores o las virtudes sean una “catapulta”
hacia el éxito o un “faro” para la consecución de grandes gestas. Seguramente más
que una catapulta o un faro sean un lastre.
La noche que me dieron la “palicita”, mi abuela vino a darme
un beso a la cama. Me dijo: “Me encantaría poder decirte que la vida es justa
pero no lo es. Y sería mucho más fácil poder explicar que si intentas defender
lo justo y hacer el bien, vas a triunfar en la vida, pero es más lo contrario”.
Mi abuela había visto y vivido varias guerras, y no había visto muchas virtudes
en ninguna ideología, ni en ningún bando, pero sobretodo en ningún líder.
Continuó diciéndome: “La gente que vamos a pie, tenemos que
hacer el bien porque si no, damos vueltas en la cama y no podemos dormir. Fuimos
hechos así”. Me dio un beso, se fue hacia la puerta y antes de salir, se volvió
y dijo: “Yo, a veces, tampoco lo entiendo y necesito buscar ayuda en la fe. El
Señor me protege y yo hago el bien porque lo dice el Señor”. Sonrió.
¡Qué bonita definición de la conciencia!.
¡Felices sueños!
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