Hace exactamente 50 años, el 20 de julio de 1969, y unos cuantos
minutos antes de que Neil Amstrong dijera la famosa frase: "Un pequeño
paso para un hombre, un gran salto para la Humanidad", el Águila comenzó la
maniobra final de descenso a la Luna. Habían completado trece órbitas lunares.
Sí, trece, el número de la mala suerte.
En aquellas fechas, la NASA tenía una de las redes de
ordenadores más potentes del mundo. Los ordenadores permitieron simular las
condiciones de gravedad lunar y diseñar los programas de control del Águila
para aterrizar sin dañar la nave y utilizando el mínimo de combustible. Hoy en
día cualquiera de nosotros llevamos en el bolsillo un teléfono móvil con mayor
capacidad de procesamiento que cualquiera de los ordenadores de los que disponía
la NASA en 1969.
Hace unos días tuve la oportunidad de conversar con un
famoso entrenador de tenis. Me contó que en su escuela inculcan tres normas
perfectamente priorizadas. La primera norma y la más importante es: “pegarle
fuerte, todo lo fuerte que se pueda”. Es una declaración de intenciones. Si quieres
ganar, tienes que atacar y para atacar, debes “pegarle fuerte”.
Ahora que el deporte y las estrategias en el deporte se usan
como símil de competitividad en las organizaciones y en el mundo empresarial,
me parece que una “estrategia” simple es un caballo ganador: tres normas
priorizadas o “no pases a la segunda norma hasta que no cumplas la primera
norma”.
En el momento de iniciar el descenso a la Luna, los
astronautas se encontraban en la cara oculta de nuestro satélite. Esa cara que inspiró
a Pink Floyd el segundo disco más vendido de todos los tiempos. Y en esa cara
oculta, las comunicaciones con la Tierra estaban interrumpidas. Mike Collins
accionó los propulsores de posición y consiguió que el Columbia se retirara
para que el Águila iniciara la maniobra.
El Águila era pilotado por el ordenador siguiendo el
programa 63 sin supervisión de Houston. Realizó un encendido del motor de
quince segundos trabajando al 10 % seguido de quince segundos trabajando al 40%,
y el módulo inició el descenso hacia la superficie dibujando una trayectoria de
Hohmann casi perfecta.
Hubiera sido mucho más fácil controlar el Aguila con un
teléfono móvil moderno pero la tecnología llegaba hasta donde llegaba y el
ordenador funcionaba en base a programas numéricos en lugar de con los iconos táctiles
a los que estamos acostumbrados. Además con un teléfono móvil hubieran podido
hacer miles de fotos más nítidas y mejor enfocadas que con una vieja cámara equipada
con un carrete de 36 que se podía velar.
Y también con un teléfono móvil hubieran podido grabar video
en 4K, utilizar el acelerómetro para medir la gravedad lunar o almacenar segundo
a segundo todos los datos de los sensores. ¿Cuánto hubiera podido mejorarse la
misión del Apolo si Amstrong hubiera podido cambiar el viejo ordenador del Águila
por un teléfono móvil como el que cualquiera de nosotros llevamos en nuestro
bolsillo?.
Algo había fallado en los cálculos y el Águila iba demasiado
rápido. Sobrepasó el lugar donde debería haber alunizado y el ordenador les estaba
conduciendo hacia un gran cráter con rocas esparcidas a su alrededor que
causarían daños serios al módulo si el alunizaje se produjese en esa zona.
Armstrong desconectó el programa 64 e introdujo el programa 66
que dejaba en manos de la tripulación el movimiento de traslación lateral del Águila.
El comandante se puso a buscar un lugar adecuado para el alunizaje mientras Buzz
Aldrin iba leyendo los datos del radar y del ordenador. Quedaba un minuto de
combustible.
Volviendo a mi charla con el profesor de tenis, me contaba
que la segunda norma, después de golpear con fuerza, era tirarla lejos del
adversario, lo más lejos posible. Y la tercera norma era, después de cumplir
las dos primeras, que “votara dentro del campo del contrario”.
Le pregunté si alguna vez no era mejor centrarse en la
tercera norma y saltarse las dos primeras. Sonrió y me dijo: “Si lo que te
interesa es ganar el partido, te puedes saltar las dos primeras normas. Si lo
que te interesa es el futuro y la carrera del jugador, nunca te deberías saltar
las dos primeras normas. Pan para hoy y hambre para mañana.”
A 384.000 kilómetros de la Tierra y sin un lugar fiable para
posar el Águila, el corazón de Armstrong se disparó a 158 pulsaciones. Lo
cuentan las ingenieros españoles José Manuel Grandela, Carlos González Pintado
y Luis Ruiz de Gopegui en El Mundo. Por la posición de la Luna en aquel momento,
Madrid recibía la señal del Apolo 11 medio segundo antes que Houston.
Según cuentan los ingenieros en la entrevista: "Sus
voces eran neutras, pero sus parámetros médicos no. Nosotros veíamos su
frecuencia respiratoria, su tensión arterial y su ritmo cardíaco. Los marcaban
unas agujas con tinta china que como te cayera una gota tenías que tirar la
camisa.”
Hay una característica que el comandante Amstrong no valoraría
pero, quizás, la más interesante para el mundo empresarial: todos los clientes,
todos los empleados y todos los proveedores tienen, al menos, un teléfono móvil
inteligente, que pagan ellos, que cuidan ellos (en general, con gran esmero) y
del que están pendientes continuamente. Es más fácil que alguien se deje la
“cabeza” en casa que el móvil.
La transformación digital en las empresas, y teniendo en
cuenta las grandes posibilidades de los teléfonos móviles, debería regirse por
tres sencillas normas perfectamente priorizadas como las del profesor de tenis.
La primera y fundamental debería ser construir “únicamente aplicaciones para
teléfonos móviles”. Dentro de 20 años o antes no van a existir los ordenadores
personales o, al menos, no con el formato actual.
La segunda norma sería que las aplicaciones móviles deben
estar diseñadas para “utilizarse fuera de una oficina”, es decir, que puedan
utilizarse en cualquier lugar (en una cafetería, en una playa o en la sala de
espera de un hospital). Dentro de 20 años no van a existir las oficinas tal y como hoy las concebimos. Son una pérdida
de tiempo en desplazamientos y un gasto innecesario y, por lo tanto, eliminable.
La tercera norma sería que “las aplicaciones fueran útiles para el negocio”.
Armstrong, de repente, vio un hueco razonable y decidió
aterrizar. El Águila, 17 segundos antes de quedarse sin combustible, recorrió
el último metro en una suave caída gracias a la débil gravedad lunar. Eran las 21
horas, 17 minutos y 39 segundos del 20 de julio de 1969.
Realmente ceñirse a la primera norma (“únicamente
aplicaciones para teléfonos móviles”) genera una sensación de abismo. Es como
golpear una bola de tenis con todas nuestras fuerzas. Existe una sensación de abismo.
¿Podremos controlar la bola para que entre en la pista de nuestro adversario?.
Amstrong y Aldrin hubieran “matado” por disponer de un móvil
para controlar el Águila y sin embargo, con mucho menos, disfrutaron de un agradable
e increíble paseo por la Luna. Si la pantalla del móvil nos parece pequeña,
recordemos a unos ingenieros españoles que controlaban las constantes vitales de
los astronautas con unas agujas de tinta china que “como te cayera una gota
tenías que tirar la camisa”. Y, si nos entran ganas de saltarnos las dos
primeras normas y hacer directamente aplicaciones útiles, recordemos al
profesor de tenis: “Si lo que te interesa es ganar el partido, te puedes saltar
las dos primeras normas. Si lo que te interesa es el futuro, nunca te deberías
saltarte ninguna de las dos primeras normas. Pan para hoy y hambre para mañana”.
En Robledo de Chavela, los ingenieros españoles fueron los
primeros en escuchar: “Houston, aquí base Tranquilidad, el Águila ha alunizado”.
¡Felices sueños!

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