La mente humana es algo increíble y el proceso de aprendizaje a partir de simples neuronas es algo extraordinario y para mí, inexplicable. Realmente creo que no aprendemos algo de verdad hasta que no somos capaces de aplicarlo en un contexto diferente al que nos lo enseñaron. Y eso es lo que hace grandioso y extraordinario el funcionamiento de la mente humana. De niños aprendemos a sumar en la escuela poniendo los sumandos en filas y haciendo una línea horizontal. Y hacemos problemas del tipo: “compramos cinco globos rojos y ocho verdes, ¿cuántos globos tenemos?”. Pero hasta que no somos capaces de utilizar la suma para saber cuánto nos tienen que devolver en una compra o cómo nos sirve para llevar el tanteo en un partido de baloncesto, no hemos entendido de verdad la suma y el potencial que tiene.
Yo, en el año 92 mientras España organizaba unas Olimpiadas, estaba haciendo la mili. Un día de verano con 42 grados a la sombra, el teniente Miguel se esforzaba en enseñarnos que la mejor fortaleza no es la que tiene más guardias sino la que tiene menos puertas, y que si nos empeñamos en poner puertas y en colocar guardias llegaremos al absurdo de colocar a toda la población como guardias y que no sepamos a quién está defendiendo tanto guardia. Hacía tanto calor y habían tocado diana tan temprano que mis párpados empezaron a caer. De repente, me desperté y tenía al teniente a un palmo de mi cara gritándome lo de la mejor fortaleza y preguntándome si lo había entendido. Claro que lo había entendido, era tan sencillo y lo había repetido tantas veces. ¿Cuál es la mejor fortaleza?. Respuesta a) la que tiene más guardias. Respuesta b) la que tiene menos puertas. La respuesta correcta era la b). Pero el teniente gritó tan fuerte y con ese tono convincente que solo tienen los tenientes que el mensaje quedo grabado en mis neuronas más persistentes y ha perdurado como no podía ser de otra forma hasta ahora.
Realmente creo que no entendí y aprendí el significado del mensaje hasta hace dos días. No se por qué hace dos días me di cuenta que los malos de nuestros días para los que el teniente Miguel necesita construir una fortaleza no son ejércitos militares sino los que incumplen la ley, y la fortaleza que hemos construido para defendernos de ellos es la ley. Los “malos” son los evasores fiscales y nuestra fortaleza es la ley fiscal y contable. Y ¿cómo es nuestra fortaleza?. Pues está llena de decretos y reglamentos con innumerables artículos y modificaciones, es decir, está llena de puertas y en cada puerta hemos puesto un ejercito de auditores e inspectores. Y ¿cómo seguimos trabajando contra la evasión fiscal?, poniendo más puertas y contratando más inspectores y auditores. Y ¿qué decía el teniente Miguel respecto a esta táctica?, que si nos empeñamos en poner puertas y en colocar guardias llegaremos al absurdo de que toda la población se convierta en auditor o inspector y que no sepamos a quién estamos protegiendo. Tenemos un sistema tan complejo y tan lento que los malos tienen mil opciones para defraudar. Además, los que quieren ser malos contratan a los mejores abogados, auditores y fiscalistas que les ayudan a esconderse en esa vasta frontera entre la legalidad y la ilegalidad, dónde los inspectores carecen de suficiente cintura para moverse con agilidad. Podríamos estar mil años analizando todas las soluciones e ideas que utilizan los malos, y poniendo nuevas puertas y dándoles nuevas oportunidades para asaltar la fortaleza. ¿Cuál era la respuesta correcta?, la b), la fortaleza que tiene menos puertas. Hagamos caso al teniente Miguel y empecemos a construir una fortaleza sin puertas, y así no necesitaremos ni auditores, ni inspectores y tendremos controlados a los malos.
El objetivo de la contabilidad es muy simple y se puede reducir al registro sistemático de las transacciones. Actualmente podríamos reducir las transacciones que realiza una empresa a las que pasan por su cuenta corriente. Las tarjetas y otros medios de pago terminan en la cuenta. Si eliminamos la caja chica y agrupamos en caso de varias cuentas en una sola cuenta, reduciremos el registro de transacciones a las anotaciones en la cuenta corriente, una sola “puerta” y controlada por un tercero independiente, el banco. Imaginemos que a todas las transacciones (transferencias, pagos o domiciliaciones) de ingresos y gastos les agregamos información de tipo de IVA, y además hacemos que el banco en el momento de emitir un pago genere automáticamente la factura pidiendo a Hacienda un número único de factura o transacción. En ese momento informa a Hacienda respecto a la transacción o movimiento contable. Necesitaríamos más cosas pero la idea sería construir un diario contable sobre el extracto del banco perfectamente sincronizado con Hacienda. Y a parte del diario, el banco o Hacienda nos daría una visión de cuenta de pérdidas y ganancias o de balance. No necesitaríamos sistema contable en las empresas, ni emitir facturas, ni contratar auditores. Al final de mes o a diario, el banco puede hacer la liquidación de IVA y del resto de impuestos y pagar de manera automática. Creo que todas las puertas que utilizan ahora nuestras empresas para evadir o retrasar el pago de impuestos se cerrarían inmediatamente.
¿Se imaginan el fin de año mientras estamos tomándonos las doce uvas con la familia? Mientras tomamos la primera uva, el banco cerraría la contabilidad y el registro de nuevas transacciones. En la segunda uva, liquidación de IVA y pago a Hacienda; tercera uva, formulación de cuentas; cuarta uva, cálculo y liquidación del impuesto de sociedades; quinta uva, aprobación de cuentas; sexta uva, depósito en el registro mercantil; séptima uva, llegan al registro mercantil las cuentas paralelas formuladas por Hacienda; octava uva, comparación de cuentas y sello de auditoría superada; novena uva, publicación de las cuentas auditadas por el registro mercantil; de la uva décima a la duodécima se reserva para futuras necesidades. ¿Se dan cuenta que podríamos tener un proceso que en la actualidad dura más de seis meses en lo que nos tomamos las uvas? Con la ventaja de que ahora los malos tienen seis meses para pensar cuál es la mejor puerta para entrar. Con una puerta controlada por un tercero supervisada por Hacienda y donde ni el número de factura se puede falsear, sería muy difícil penetrar en la fortaleza. Seguro que en algún momento aparece un “hacker” que se salta el “cortafuegos” y tendremos que construir una nueva fortaleza pero hasta ese momento no necesitaremos ni auditores, ni inspectores, ni guardias. ¡Cuánta razón tenía el teniente Miguel!.
Y ¿por qué decía en el título aquello de “Y de paso mejorar la innovación”?. Para innovar hace falta gente capacitada y motivada. Para innovar, primero necesitamos liberarnos de tareas y así poder emplear esos recursos en nuevas tareas productivas. Si construimos una fortaleza de una sola puerta podremos liberar a muchos guardias y dedicarlos a innovar y producir nuevos bienes. ¡Felices sueños!
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